2010

Goldenberg, jurado de MiradasDoc: “No me interesan los documentales que me dan la papilla digerida”

“El cine latinoamericano se ha desembarazado del cliché de compromiso social”

“Prefiero el modelo político de Lula en Brasil al de Chávez en Venezuela”

El cineasta y dramaturgo Jorge Goldenberg (San Martín, Buenos Aires, 1941) es miembro del jurado internacional de largometrajes y cortometrajes del Festival Internacional MiradasDoc. El escritor hace en esta entrevista una valoración general del encuentro isorano pero también profundiza en sus personales puntos de vista sobre el mundo del documental y aborda los retos políticos de la izquierda para el siglo XXI.

-¿Conocía el festival MiradasDoc antes de ser invitado como miembro del jurado?

-Sí, claro. Es un festival que tiene cierta presencia ya, no es un festival que pase inadvertido. Por ejemplo Argentina tiene dos largometrajes en competencia aquí. Es la primera vez que vengo al festival, pero no la primera vez que vengo a Tenerife. He estado varias veces en Canarias, siempre por razones profesionales. De puro paseo hace ya mucho que no ando por ninguna parte.

 -¿Qué valoración hace de las películas presentadas a los concursos de los que usted es jurado?

-En general creo que es una selección muy interesante. No hay película que no genere algún orden de interés. Obviamente luego está la mirada subjetiva de quienes estamos puestos en el lugar de elegir. En ese sentido, creo que ha sido un buen trabajo el que han hecho los comités de selección del festival.

 -¿Cómo trabaja un jurado como el de este festival?

-Un jurado se maneja formal e informalmente también. Compartimos el hotel, preguntamos “¿tú ya has visto esta o la otra”?, y el consenso y el intercambio no es una reunión formal. En realidad la reunión formal del jurado es lo más breve que hay.

 -¿Cuál debe ser el objetivo último de un documental?

-El documental que me interesa a mí no es aquel en el que hay una verdad que está fuera y que el documental ilustra. No. Me interesan los documentales que construyen un proceso de verdad, que lo están construyendo delante de mí, que me están haciendo trabajar a mí. No me interesan los que me dan la papilla digerida. Como no creo que la realidad sea unívoca ni autoevidente, me interesa entrar en la cantidad de elementos contradictorios que hay en el mundo, tanto en el cine como en el teatro. No me interesa la propaganda ni la manipulación.

-Pero el director de documentales tiene la capacidad de construir una “verdad” subjetiva que traslada al espectador usando herramientas como la fotografía, los planos, la banda sonora…

-El material construido así es una manipulación. Me están metiendo un golpe bajo para crear una emoción genérica, me están poniendo la pistola al cuello, y ese tipo de chantaje realmente no lo tolero bien en las películas. Me gustan los personajes cuando las máscaras caen. La realidad es la que tú construyes con tus medios, con tus herramientas y con tus tiempos, y ahí está tu responsabilidad como realizador: construir algo y que sea verdadero, que genere un efecto tan complejo como es nuestra experiencia en el mundo.

-En su faceta de cineasta, trabaja actualmente en nuevo proyecto con el valenciano Toni Canet. No es la primera colaboración…

-Entre las que se realizaron y las que no, ésta sería la cuarta. Toni está intentando repetir  una experiencia de trabajo que fue muy fructífera y muy gratificante para todos, un equipo bastante grande con el que hicimos Las alas de la vida. Ahora está reconstituyendo el equipo para el próximo proyecto porque funcionó y vamos a ver si funciona de nuevo. Puedo decir con absoluta certeza que en mi vida profesional nunca trabajé en un equipo con tan bajo índice de narcisismo. Fue estupendo.

 -¿Y en el ámbito del teatro tiene algún proyecto entre manos?

-Bueno, estoy terminando –digo desde hace meses que estoy terminando, así que dudo de mis propias palabras- un proyecto muy ambicioso, por lo menos para mí, que es una versión libre de la novela póstuma de Flaubert Bouvard y Pécuchet, una novela fantástica y absolutamente moderna.

 -¿Se considera a sí mismo más cineasta que dramaturgo?

-No puedo establecer una proporción. Lo que el tiempo me fue poniendo en evidencia es que cuando se me presenta algún proyecto yo rápidamente reconozco si va en dirección al cine o en dirección al teatro porque creo que en el fondo la naturaleza de los problemas que se nos plantean es bastante similar. El rigor con el que hay que abordar cada material es bastante similar. Construir un dispositivo que permita la emergencia de una verdad no es tan distinto. Hay obviamente diferencias de fondo. Establecer una convención es mucho más sencillo en el teatro que en el cine.

 -¿Cuál es el estado de salud del cine latinoamericano actual?

-Yo creo que es un paciente con amplias posibilidades de sobrevivir.

-¿No cree que ha perdido parte de su compromiso social y político de hace unas décadas?

-Creo que en algún sentido se ha desembarazado de los clichés de los compromisos políticos y sociales. Se ha profundizado la mirada pero no ha perdido el compromiso. Si compromiso es un cine de propaganda, sigue sin interesarme. No me interesaba hace 30 años y no me interesa hoy. Ahora, si compromiso es abordar los problemas en toda su complejidad, sigue existiendo. La dimensión política puede estar en una historia de amor.

 -¿Qué opinión le merecen las nuevas fórmulas de la izquierda latinoamericana en Brasil o Venezuela?

-Primera separación: yo no pondría la experiencia de Lula en paralelo con la experiencia de Chávez, para mí son experiencias radical y absolutamente diferentes. Creo que el de Chávez es un modelo autoritario que personalmente considero muy peligroso, independientemente de las consignas con las cuales se esté moviendo. No creo que la experiencia de Lula, o la de Bachelet en Chile, sea equiparable con Chávez. Lo que pueden tener en común es una mirada interior hacia su propio patio trasero, algo que cada experiencia asume a su modo. Yo prefiero el modelo de Lula y no el de Chávez.

-¿Y el modelo cubano?

-De ninguna manera me interesa el modelo de los cincuenta años de Fidel en el poder, para decírtelo con todas las letras. Más allá de que yo fui partidario de la revolución cubana, pero hay un recorrido hecho que no interesa. Ha sido una experiencia compleja que no se puede simplificar en tres palabras pero de ningún modo sería un camino a recorrer hoy. También hay que tener en cuenta lo que supuso la catástrofe del socialismo soviético. Todavía hoy buena parte de la izquierda vacila con usar la palabra “genocidio” a la hora de referirse a la Unión Soviética, y fue una experiencia genocida. La izquierda, en la cual yo me reconozco, tiene que abrir los ojos a su propia historia desprejuiciadamente, con valentía, y asomarse a ese abismo.

viernes
05
noviembre 2010
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